¡Brutal! Esta era la palabra que no hacía más que repetir tras cada situación acerba que describía Raquel, joven periodista en paro e ilusionante y altruista voluntaria que estuvo hasta hace poco dejándose la piel (y mucho más) junto a los refugiados sirios en los campamentos griegos. ¡Y eso que nos avisó de que iba a ser políticamente incorrecta! Pero la chica se contuvo en la mayoría de las ocasiones; aunque ganas no le faltaron para utilizar otros términos… e incluso para soltar más de una lágrima, y nosotros con ella.
Su indignación era tal por todo lo que había visto, vivido y sufrido en esos campamentos (¡¡vergüenza de una sociedad occidental europea que alardea de derechos humanos!!), que nos dejó a todos boquiabiertos y espantados con su testimonio en primera persona junto a mujeres a punto de parir, junto a enfermos terminales, en primera línea de enfrentamientos con la policía, mano con mano en el reparto de alimentos y ropa… ¡¡Y con un par de ovarios se subió al avión que la llevó a Grecia haciendo frente a las estiradas azafatas y requetevestida con portabebés para sus niños!! Su equipaje no daba para más…
Y es que cerca de las dos horas que no dejó de hablarnos emocionada (y también rabiosamente indignada), de enseñarnos fotos y vídeos de las «refugiadas» (como ella llama a todos esos hombres, mujeres, niños, jóvenes, ancianos que escondían como avergonzadas las frías tiendas de campaña y las naves oscuras), de conmovernos y mostrarnos la realidad (incluso la verdadera realidad de algunas grandes y supertrilladas oenegés que, sin embargo, no parecían mostrarse como tal, según Raquel); como digo, durante ese par de horas creo que tocó lo más sensible de nuestro ser, lo universalmente más humano de nuestro espíritu, ese sentimiento de empatía (o como ahora lo llaman: «inteligencia emocional», de la que muchos parecen pecar) hacia gentes que hasta hace poco eran como cualquiera de nosotros: con su rutina diaria como cualquiera de nosotros, con sus alegrías y sus ilusiones como cualquiera de nosotros, con la esperanza de levantarse un nuevo día como cualquiera de nosotros; con sus casas, sus trabajos, sus estudios, sus coches, sus mascotas, sus móviles, sus parques, sus tiendas, sus escuelas, sus fiestas, sus fines de semana, sus vacaciones, sus vecinos, sus amigos, sus familias… como cualquiera de nosotros.
Pero con todo esto acabó, un día, la megalomanía de un… (y lamento ser aquí, sí, políticamente correcto). ¡Este sesgó inexorable y brutalmente sus vidas! Y lo que es igualmente peor: nos hemos acostumbrado a ese silencio cobarde, esa burocracia absurda, esa hipocresía y esa inhumanidad de una comunidad internacional pusilánime, y de cuya actuación, tal vez, todos y todas seamos algo cómplices. Bueno, todos no, menos personas anónimas con nombre y apellidos escritos en mayúsculas que no necesitan de publicidad ni de nombres grandilocuentes ni de marketing; ¡¡tan solo de sincera y universal HUMANIDAD!!, como Raquel, la joven periodista en paro y la ilusionante voluntaria que lucha, contra viento y marea, por aquello en lo que cree y que viaja cargando su equipaje de ilusiones, esperanzas y sonrisas para las refugiadas.
̶¡Ójala no tengas que volver en julio!
Hono Castellano.
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